29 de noviembre de 2010

El principito y el farolero

"El quinto planeta era muy curioso. Era el más pequeño de todos. Había en el justo el lugar necesario para alojar un farol y un farolero. El principito no lograba explicarse para qué podían servir, en algún lugar del cielo, en un planeta sin casa ni población, un farol y un farolero. Sin embargo se dijo a sí mismo:

"Posiblemente este hombre es absurdo. Sin embargo es menos absurdo que el rey, que el vanidoso, que el hombre de negocios y que el bebedor. Al menos, su trabajo tiene un sentido. Cuando enciende su farol, es como si hiciera nacer una estrella más, o una flor. Cuando apaga su farol, se duermen la flor o la estrella. Es una ocupación muy bonita. Es verdaderamente útil porque es bonita."

Cuando abordó el planeta saludó respetuosamente al farolero:
- Buenos días. ¿Por qué apagaste tu farol ?
- Es la consigna – respondió el farolero – Buenos días.
- ¿Qué es la consigna ?
- Apagar mi farol. Buenas noches.
Y volvió a encenderlo.
- Pero ¿por qué volviste a encerlo ?
- Es la consigna – respondió el farolero.
- No comprendo – dijo el principito.
- No hay nada que comprender – dijo el farolero. – La consigna es la consigna. Buenos días.
Y apagó su farol.

A continuación se secó la frente con un pañuelo a cuadros rojos.
- Tengo un oficio terrible. Antes sí era razonable. Apagaba a la mañana y encendía a la noche. Tenía el resto del día para descansar, y el resto de la noche para dormir...
- ¿Y desde que época la consigna cambió ?
- La consigna no cambió – dijo el farolero. – ¡Ésa es la desgracia ! ¡El planeta fue girando de año en año cada vez más rápido, y la consigna no cambió !
- Y ¿entonces ? – dijo el principito.
- Entonces, ahora que da una vuelta por minuto no tengo ni un segundo de reposo. ¡Enciendo y apago una vez por minuto !
- ¡Tiene gracia ! Los días aquí duran un minuto.
- No tiene ninguna gracia – dijo el farolero. – Hace ya un mes que estamos hablando.
- ¿Un mes ?
- Sí. Treinta minutos. ¡Treinta días ! Buenas noches.
- Y volvió a encender su farol.

El principito lo miró y se sintió cautivado por ese farolero que era tan fiel a la consigna. Recordó las puestas de sol que él mismo iba antes a buscar, corriendo su silla. Quiso ayudar a su amigo:
- Sabes... conozco una manera de descansar cuando tú quieras...
- Siempre quiero – dijo el farolero.
Porque se puede ser fiel y perezoso al mismo tiempo.

El principito prosiguió:
- Tu planeta es tan pequeño que puedes darle la vuelta en tres zancadas. No tienes más que caminar bien lentamente para permanecer siempre al sol. Cuando quieras descansar, caminarás... y el día durará tanto como lo desees.
- Eso no es un gran avance – dijo el farolero. - Lo que me gusta en la vida es dormir.
- Es una lástima – dijo el principito.
- Es una lástima – dijo el farolero. Buenos días.
Y apagó su farol.

"Ése – se dijo el principito mientras proseguía su viaje – ése sería despreciado por todos los otros: por el rey, por el vanidoso, por el bebedor, por el hombre de negocios. Sin embargo, es el único que no me parece ridículo. Es, quizá, porque se ocupa de algo más que de sí mismo."

Suspiró con tristeza y se dijo además:
"Ése es el único que podría haber sido mi amigo. Pero su planeta es, a decir verdad, demasiado pequeño. No hay en él lugar para dos..."

Lo que el principito no se atrevía a confesarse, es que extrañaba ese planeta bendito debido, principalmente, a las mil cuatrocientos cuarenta puestas de sol por cada veinticuatro horas
".


La responsabilidad y el deber forman parte de nuestra vida. Todos tenemos deberes, obligaciones que, nunca lo olvidemos, nosotros mismos nos hemos impuesto o decidido. Estamos por buen camino si hacemos lo que debemos.

Pero cuando, el compromiso, la lealtad y las obligaciones te llevan a una situación absurda, como en el caso del farolero, encender y apagar un farol cada minuto, sin tiempo para nada más,y tu mundo se hace cada vez más pequeño debido a ello, sin dejar sitio a nada ni nadie más. Cuando tu deber ya no tiene sentido y te quita la posibilidad de hacer lo que realmente quieres.

Plantéate en que parte de camino, el mundo empezó a girar más rápido. Quizás esa consigna, que en su día tenía sentido, debería ser cambiada, modificada o eliminada.
Como dice un viejo refrán:
"No hay deber que descuidemos tanto como el deber de ser felices".
¡Saludos a todos! Sean felices hoy :-)

4 de noviembre de 2010

La tormenta se avecina

"Sé que se avecina una tormenta porque puedo mirar a lo lejos y ver lo que sucede en el horizonte. Por supuesto, la luz ayuda: es el final del atardecer, lo cual hace más nítido el contorno de las nubes. Veo también el destello de los relámpagos.

Ni un solo ruido. El viento no está soplando ni más fuerte ni más débil que antes. Pero sé que se acerca una tormenta, porque estoy acostumbrado a mirar al horizonte.

Me detengo. No hay nada más emocionante o terrorífico que mirar una tormenta que se aproxima. El primer pensamiento que se me ocurre es ir a buscar cobijo, pero eso puede ser peligroso. El cobijo puede ser una especie de trampa, pues de aquí a poco tiempo el viento empezará a soplar, y puede que tenga fuerza suficiente como para arrancar tejados, derribar árboles, destruir cables de alta tensión.

Recuerdo un viejo amigo que de niño vivió en Normandía, y pudo presenciar el desembarco de las tropas aliadas en la Francia ocupada por los nazis. No he olvidado sus palabras: “Me levanté, y el horizonte estaba lleno de barcos de guerra. En la playa al lado de mi casa, los soldados alemanes contemplaban la misma escena que yo. Pero lo que más me aterrorizaba era el silencio. Un silencio total, que precede a un combate a vida o muerte.”
Y ese mismo silencio es el que me rodea. Y poco a poco es sustituido por el murmullo, muy suave, de la brisa en los campos de maíz a mi alrededor. La presión atmosférica está cambiando. La tormenta está cada vez más cerca, y el silencio comienza a ser sustituido por el suave rumor de las hojas.

He presenciado muchas tormentas en mi vida. La mayor parte me pilló por sorpresa, por lo que tuve que aprender, y muy rápidamente, a mirar más lejos, a entender que no soy capaz de controlar el tiempo, a practicar el arte de la paciencia, y a respetar la furia de la naturaleza. Las cosas no siempre suceden como uno quiere, y más vale hacerse a la idea.

Hace muchos años, compuse una canción que decía “perdí el miedo a la lluvia / pues la lluvia, al volver a la tierra, trae cosas del aire.” Es mejor dominar el miedo. Ser digno de aquello que escribí, y entender que, por muy malo que sea el vendaval, en algún momento pasará.

El viento ha aumentado de velocidad. Estoy en un campo abierto, hay árboles en el horizonte que, por lo menos en teoría, atraerán los rayos. Mi piel es impermeable, por muy empapada que tenga la ropa. Por lo tanto, más vale disfrutar de esta vista, en lugar de salir corriendo en busca de cobijo.

Pasa media hora. A mi abuelo, ingeniero, le gustaba enseñarme las leyes de la física mientras nos divertíamos: “después de ver el rayo, cuenta los segundos y multiplícalos por 340 metros, que es la velocidad del sonido. Así sabrás siempre a qué distancia suenan los truenos”. Un poco complicado, pero me acostumbré a hacerlo desde niño: en este momento, la tormenta se encuentra a dos kilómetros de distancia.

Aún hay suficiente claridad para que pueda ver el contorno de las nubes que los pilotos llaman CB, cumulonimbos, con su forma de yunque, como si un herrero estuviese martilleando los cielos, forjando espadas para dioses enfurecidos, que en este momento deben de estar sobre la ciudad.

Veo la tormenta que se aproxima. Como cualquier otra tormenta, trae consigo destrucción, pero al mismo tiempo moja los campos, y la sabiduría del cielo desciende junto con su lluvia. Como cualquier otra tormenta, pasará. Cuanto más violenta sea, más rápido lo hará.

Gracias a Dios, aprendí a enfrentarme a las tormentas"



Paulo Coelho


Las tormentas no siempre pueden evitarse. Podemos intentar huir, buscar refugio, pero algunas... son inevitables. Lo mejor que podemos hacer es afrontarlas, pues forman parte de la vida.

En ocasiones, llamamos a estas tormentas un producto de la mala suerte o del destino (¿Por qué yo?, ¿cuándo va a pasar esto?), pero no son otra cosa que pruebas, desafíos, a veces límites, que nos vamos a ir encontrando por el camino.

Tenemos la capacidad, el potencial y la oportunidad de pasarlas, y con ello aprender... o no. Una oportunidad de ver si, en lo profundo, hemos aprendido algo durante el camino, de poder utilizar nuestras armas y de poder aplicar a la práctica todas las lecciones.

Disfruta del Sol mientras se pueda y cuando llegue la tormenta, recuerda que ninguna tormenta, ninguna oscuridad, dura eternamente.